El concurso de cortos de ficción de la edición 19 del Festival del Cine Pobre manifiesta diversidad en las maneras de realización y en las temáticas que refieren las obras
En la edición 19 del Festival Internacional del Cine Pobre de Gibara confluyen obras de muchas naciones que brindan un panorama diverso de la creación audiovisual a escala contemporánea. Lenguajes diversos, estéticas que expresan amplitud de perspectivas y el interés por contar a través de presupuestos que transitan desde la sencillez hasta una elaboración estética más conceptual.
Pero el apartado de cortometrajes de ficción en concurso tiene la particularidad de expresar ese panorama no a través de la abundancia o la explicación abarcadora, sino desde la sugerencia, lo más que permite por lo general una historia pequeña y condensada en pocos minutos.
Algunos de estos cortometrajes llegan al Festival con un amplio recorrido internacional en otros eventos que avalan su trayectoria. Los espectadores tienen la posibilidad de apreciar obras de mucha calidad que cubren una gran cantidad de temas, como el amor, la soledad, las culturas indígenas, la juventud, las historias distópicas, las preocupaciones por el futuro, entre otras.
Con temas distintos, pero situados en ámbitos rurales, concursan en Gibara los cortometrajes Aurora (Randy Navarro, 2023) y Cuando el viento (Lisa María Velázquez, 2023) y Gallina (Ana Arza, 2024). En el primero, Aurora es la protagonista, quien espera la llegada de sus familiares, a la vez que presiente que algo malo les ha ocurrido, sentimiento expresado desde la soledad, el desamparo y la necesidad de protección. Es muy sugerente que esta producción panameña focalice su mirada en las historias en el campo, en momentos donde el cine ha volcado su estética hacia las ciudades.
Por su parte, Cuando el viento explora el interior de una familia dividida por la enfermedad y la violación, mientras los personajes se rebelan para intentar salvarse. Gallina, por su parte,expone la vida de una pareja de campesinos y su mascota, en un contexto de crisis económica en Paraguay, en 1999.
Con protagonistas jóvenes, en diversos escenarios y con distintas intenciones, pero semejantes en la sensación de encierro, sea en una casa o en una ciudad, se desarrollan los cortos mexicanos Bruma negra (Malena Chueco, 2024) y Elevación (Gabriel Esdras, 2024), así como el cubano Habitación #2 (Esterio Segura, 2024).
En Bruma negra, el uso del blanco y negro y una fotografía limpia enfocan la suciedad y el encierro en un ambiente cargado. Elevación sitúa a sus personajes en la ciudad, viviendo noches de música punk, mientras todo a su alrededor colapsa, imponiéndose el miedo social. En Habitación #2 se condensan los deseos de habitar nuevos mundos, más allá de la lectura, en un encierro simbólico hasta que el hombre que lo padece decide liberarse.
Mientras, Azul Pandora (Alán González, 2024) y Kokuhaku (Adria Guxens, 2024) indagan en las otredades sexuales, a partir de dos visiones distintas. Azul Pandora vuelve sobre el tema de la soledad, en este caso desde el protagonismo de una mujer trans. En sus pocos minutos, el cortometraje logra penetrar en la realidad de un cuerpo que se resiste a recibir demasiado amor, como si estuviera condenado a la soledad y a su destino ineludible. Kokuhaku se entrega a las regresiones al pasado de un joven japonés, quien asume personajes femeninos en representaciones teatrales, cercanas al kabuki.
Buen día (Javyju, Carlos Eduardo Magalhaes, 2024), Ovejas y lobos (Alex Fischman, 2024) y Florecer (T‘ikariy, Rubén Quincho, 2024) se sitúan en las realidades de los pueblos indígenas. El primero critica el modelo industrial que define el futuro mientras las comunidades intentan mantener sus tradiciones y culturas.
Ovejas y lobos contiene la búsqueda de una madre cuyo hijo ha desaparecido en medio de un conflicto armado en Perú, mientras Florecer expresa el deseo de Florecita de tener una muñeca como regalo por las fiestas navideñas, en medio de la pobreza de una familia de pastores en los Andes peruanos.
El enfrentamiento contra los poderes, de distintos tipos, está reflejado en tres producciones, La banda (Leonor Jiménez y Delia Márquez, 2024), La cosecha (Laura Boada, 2024) y Línea de flotación (Bonalve Gastón y Lucila De Oto, 2024). La banda es una crónica urbana. Más allá del sueño y el deseo, los protagonistas comienzan a vivir una pesadilla no contada sobre la vida en la ciudad. La angustia y la desesperación se imponen después de la sorpresa.
La cosecha muestra el empeño de una madre y su hija por vender su cosecha de tomates, mientras se enfrentan al poder económico y comercial que les imponen leyes y contravenciones. Línea de flotación muestra a Facu, un joven cuyo padre ha sido asesinado en una protesta ambiental, junto a su tío, enfrentados al poder policial, al miedo y la violencia que les imponen. La respuesta y el desafío a ese poder los salva, ya condenados por la vida.

El día del cobro (Luis Lago, 2024) parte de un drama social, el sueldo insuficiente de un obrero, para recrear una historia donde confluye el amor, los sueños del joven y el deseo de que lleguen tiempos mejores. En una realidad distinta, pero con el mismo enfoque, Tu propio jefe (Your Own Boss, Álvaro Guzmán, 2024) parte de un repartidor de comida a domicilio que intenta cumplir con sus obligaciones como padre, mientras se esfuerza por realizar su trabajo.
Ella y el Hotel Miramar (Yanet Pavón Bernal, 2024) indaga en el pasado, en la memoria de un hotel que simbolizó el esplendor económico de la United Fruit Company en Preston, una pequeña comunidad en el municipio holguinero de Mayarí. También asentado en el pasado, en este caso como memoria de una vida, es la historia de La última pelea (Jorge Molina, 2024).
Un canto al amor y a la vida es Pequeña Kanka (Consuelo Ramírez, 2024), o podría llamarse «amor en campo minado», pues así crece en los personajes, a partir de ese encuentro cercano con la muerte, y se impone contra todo pronóstico para mostrarlo puro, como una de las fuerzas que desafía y se enfrenta a todo.
Sobre el viaje como realidad y como metáfora es el cortometraje argentino Las continuidades (Merlina Molina y Jorge Sesán, 2024), a partir del encuentro de tres caminantes y la búsqueda de un mejor lugar, todo con una dosis muy justa de misterio que potencia en la pieza la riqueza de sus elementos narrativos.
Dentro de la competencia de cortometrajes de ficción se ubica igualmente El ocaso del ser (Damián Pérez, 2025), donde se toma como punto de partida el día de la crucifixión de Jesús para humanizar el relato bíblico.
Las 21 obras que integran este concurso son diferentes en sus modos de realización, abordan distintas temáticas que enriquecen el microrrelato histórico, social, cultural, simbólico de una época y de sus protagonistas desde la ficción. El espectador interesado en apresar estas historias deberá sumergirse en la sala oscura y apreciar realidades que se diferencian en el mismo punto en que coinciden.